viernes, 9 de septiembre de 2016

"La botella precintada"; «Once upon a time there was a story that began»...(*) again...


 
¿Qué "cuenta" mi novela...? Hay ciertamente una historia, unas anécdotas, unas angustias, unas alternativas, situaciones particulares, encuentros, acciones, una aventura, búsquedas y frustraciones... Es (con todo lo que esto significa) una historia "para ser contada" a la vez que efectivamente "es contada". Es (más allá de "errores" y "caprichos" que me gustaría subsanar) Literatura. Y una Literatura que va más allá de ser vehículo para convertirse en protagonista de la historia a la que pretende pertenecer... Es protagonista en un mundo que ha institucionalizado su ausencia... pero que, como "los cardos caucásicos" de Tolstoi, resiste acurrucada a las pisadas de los domadores de la tierra y al paso de las orugas de sus máquinas... El "cardo" brota así sin voluntad propia... de nuevo, en realidad, como el arma posible para aventar la muerte, al menos para distraerla, y, mientras, para permitir la simulación de la vida, la vida de y en "otra parte"...

La acción en el año 72 dH. ("dopo Hebel") del nuevo calendario, que, de no haber aparecido "el fenómeno" (de Hebel, que apareció repentinamente en el horizonte una mañana) corresponde al "año del señor" de 2120..., en un mundo reducido, limitado, cercado, sobre el que pende la espada de Damocles del completamiento de la desaparición o... permitiéndoles "una segunda oportunidad" –porque... ¿cómo negarlo viendo que el cerco no se siguió estrechando, que Hebel, La Niebla, ha dejado de avanzar..., por qué no... para hacer de ellos los nuevos "elegidos"?–. Así, casi 80 años después, Dédalus –de nuevo Dédalus... en atención a la costumbre que se ha instituido de darle a los hijos el nombre de algún personaje sacado de los digestos de libros (o "cortes") que se ponen en circulación como para el recuerdo sacro de lo que se ha perdido–, un joven que, convertido en "lector de libros" –"lector" del "Gran Libro" en el que todos los libros se encadenarían sin límites y en el que buscará su "destino" en ellos fragmentado en incontables "enunciados" parciales e incompletos–, se lo hace "responsable" de una nueva misión "absurda" que se superpondrá a la encomendada por su madre desde el nacimiento, y, de ese modo, se lo invitará a escapar igualmente de ella y de su visible "absurdidad", de la maraña de "absurdidades" en la que se siente inmerso, mediante... el propio "absurdo", mediante... una invocación que lo define y lo empujará a "fabrifabular"...

El mundo que ha encogido, que ha seguido adelante dándose una “nueva” sociedad (hija bastarda de la “sociedad perdida”), reinventará la esperanza y reinventará la autodestrucción, la resignación y la venganza, la comodidad y la rabia. En el  se volverá a nacer para ser soldado e hijo, y para obedecer; obedecer a los que se hicieron antes con él, a los que definieron las reglas, a los que han sido a su vez empujados a la desaparición y a la oscuridad...; un mundo donde, seamos algo más concretos, Dédalus va siendo llevado de la nariz por las circunstancias, víctima de un mundo que se le impone y del que sin embargo obtiene unas cuantas  ventajas; un muchacho, más precisamente aún, que se encontrará con la obligación de ser a la vez guerrero de las fuerzas en pugna y paladín de su vejada madre; a prepararse para sobrevivir y matar, para vencer y engañar, para buscar refugio en la imaginación y por fin para someterse a sus designios..., y esto en medio de intereses y dogmas, del misticismo en el que se han refugiado los demás..., un tirano (Sutpen), general victorioso, que se guía por señales repentinas; unos “iguales” que persiguen la inmolación final de la especie a la que acusan de todo, ellos en primer lugar, que conseguirán el día en que logren dar de sí al “Transhumano”; una madre (Eulalia) que ha encargado al hijo la cura de su mezquino pero justificado dolor; una víctima de la que nace otra víctima cuyos finales tal vez no fuesen ni significativos ni más terribles que la continuidad de sus vidas...; y otros individuos, perseguidos, temerosos, que se refugian en la rutina, la locura o la lealtad a lo que deben ser...

Entre un “Antes” que reitera sus imposiciones a través de lo tangible (la madre y el Jefe) y un “Después” abierto, impredecible, tanto esperanzador como funesto, se suceden las 36 horas que van poniendo en escena los hechos y trayendo al presente los antiguos, hechos todos decisivos, contundentes, orientadores, traducidos al presente y al pequeño ámbito de la escena..., granos de nuevo de la incierta e inconclusa arena del tiempo que, encerrada en la clepsidra (una botella) no deja de girar, de repetirse, de repetir. O que, como fichas de un dominó, caen las unas sobre las otras para volverse a levantar y repetir el juego.

Así, entre ese "Antes” re-ordenado y el "Después" que se desencadenará y engarzará con aquel en "la marcha ciega", unas vidas particulares buscarán orientarse hacia y por donde imaginan que habría una salida, tropezando los unos con los otros, intentando aprovecharse y apropiarse los unos de los otros, consiguiéndolo a medias o no consiguiéndolo.

Y en el fondo, la vida, la re-construcción, la re-institucionalización, de la sociedad, de la cultura, de lo pequeño y lo enorme, de la riqueza y la miseria que contienen los detalles, del arte y la crueldad, la mezquindad y el arrojo, la tristeza y la alegría, el placer y el fracaso..., ¡eso que tanto nos sorprende, eso que... “parece mentira”!

La literatura, perpleja ante algo tan maravilloso, plasmará una y otra vez lo mismo, entonará la misma plegaria, propondrá el mismo viaje... “La botella precintada” no podría hacer otra cosa. En todo caso, al saberlo, ya no puede sino hacerlo de manera explícita. En última instancia, sólo se ha vuelto a intentar lo que John Barth plasmó en su legendario microrrelato "Frame tale" (*): «Once upon a time there was a story that began»... 

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