sábado, 16 de marzo de 2013

La casa (nueva versión del microrrelato)

 
Retrocedía de espaldas mientras enmarcaba la fachada con precisión maniática, intuyendo que se avecinaba algo terrible... aunque sin saber (o no querer) preverlo con suficiente nitidez. Contemplándola a través del visor de la cámara, la angustia iba desplazando la furia con la que había reaccionado a los injustificados portazos y al intempestivo trepidar de las paredes y del techo, y la intención que me impulsaba a tomar la foto se desdibujó: la de conservarla conmigo para odiarla. Seguía sin comprender por qué se había comportado de ese modo, como si hubiese sido presa repentina de una borrachera, o de un ataque psicótico... Pero la propia incomprensión había comenzado a debilitar mi resquemor, y en ese mismo instante estuve por volver a insistir, por entrar de nuevo a la casa, aunque sólo fuese para retomar el intercambio de reproches, tal vez con la misma enloquecida rabia..., tal vez... para suplicarle un poco de piedad... En ese momento, estuve dispuesto, como habitualmente, a renunciar a mi decencia, a someterme, a ser admitido a su lado aún a costa de la esclavitud o la mendicidad, a prometerle lo... lo que acabaría, ¿por qué esta vez sería diferente?, por poner en riego mi derecho a las ya pobres migajas de cariño con las que me había contentado últimamente. Una ola súbita de resentimiento me forzó a apretar los dientes mientras presionaba involuntariamente el obturador, inmortalizando, como se dice, la fachada. Y allí permanecí, detenido del otro lado de la verja que había traspasado unos momentos antes casi sin darme cuenta, incapaz tanto de darle la espalda como de correr a su encuentro.

Entonces sucedió, y por fin pude comprenderlo todo. Y me derrumbé por dentro, como precisamente podía ver que le pasaba en ese instante a ella, en su materia y en su forma. ¡Pretendí aún no creerlo, pero así era: la casa se estaba viniendo abajo, pieza a pieza, pared a pared, desde el techo hasta los cimientos, allí, atrás..., desde atrás, desde el fondo..., para enseguida comenzar a deshacerse piedra por piedra, a desaparecer tras una densa polvareda que en cualquier momento se llevaría el viento, dejando ahí un solar lleno de escombros! “¡Ay!”, me recriminé entonces por mi lento discurrir, por mi elemental egoísmo..., a punto de caer de rodillas en la acera. “¡Cómo pude ser tan rudimentario..., y ciego...!” Sí, ahora recién lo comprendía: ella había fraguado todo eso, esa espantosa pantomima, ese truco malsano, la trampa urdida con el fin de que yo saliera de allí dentro a tiempo... y la sobreviviera! Ella sabía que no la dejaría por las buenas. Me conocía lo bastante como para saber que no podría convencerme, que habría preferido perecer con ella, abrazado por sus paredes hasta la asfixia, cobijado bajo sus vigas y cascotes hasta que la exhalación final. Demasiado le había demostrado yo mi servidumbre... Por eso, en ese instante, quise poder odiarla de nuevo, pero esta vez no lo conseguí, mientras contemplaba cómo se desvanecía sin que pudiera hacer nada..., y la fachada..., el jardín... y la verja... intentaban aferrarse a la retina con creciente dificultad, pronosticando que la memoria también se apagaría. En mis manos, la cámara temblaba con la foto dentro, frágil y efímera, incapaz también de remontar el tiempo para traérmela de vuelta.


Madrid, junio-2012; revisado en agosto-2013.


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