lunes, 13 de diciembre de 2010

"1984"... ¿esperanza o pesimismo? (Parte segunda)

1984 (continúo) se materializa en el caldo de cultivo en el que George Orwell (como buen intelectual) sufría y se ahogaba -sólo así se puede explicar que fuera escrita... y tan bien escrita-. En este sentido, se podría decir que Winston Smith es su Mister Hyde o algún desdoblamiento equivalente... en cierto modo -sólo en cierto modo- nacido en un caldo socio-histórico relativamente diferente del de Stevenson pero extrapolado en cada caso a partir de la realidad en la que respectivamente escribieron...

En la sopa germinal de Orwell, se encontraban no sólo los aún insuficientes conocimientos que podían tenerse en 1949 de los excesos del stalinismo (capciosos por otra parte para la inmensa mayoría de los intelectuales de la época, que globalmente preferían saber sólo lo que convenía saber para trabajar en defensa de la URSS y en favor de la consecución de su Imperio... en nombre del compromiso del intelectual), datos que eran suavizados o ignorados a su vez bajo las tibias declaraciones aliadas, sino también... lo que Orwell fue capaz de observar a través de sus propias idealizaciones frustradas. Esos resultados de la observación de la realidad circundante por parte de un pensador valiente que, a pesar de todo, no podía renunciar al bagaje filosófico e ideológico que arrastraba (me refiero al pesado bagaje del racionalismo y en particular al de su conformación marxiana), se acuciaron realimentando la decepción detonante. En realidad, al menos hasta aquí, no estoy diciendo nada novedoso sino de algo que vale para toda obra artística y su autor e incluso para todo pensador sensible y no comprometido, es decir, para todo excéntrico (algo que creo que se es por una combinación de decisión propia y circunstancias).

Sin embargo, se suele dejar de lado todo esto cuando se encara una crítica o un análisis de un texto, ya que, como he sostenido en la Primera Parte, se selecciona aquello que, cuanto menos, evite perturbar la tranquilidad ideológica o mítica de quienes los encaran; tranquilidad que ha hecho raíces en aquello a lo que se aferra uno para garantizar la supervivencia. Sea esto real, y lo sea en un contexto dado, o acabe resultando, al cabo de la ruina de ese contexto, algo puramente imaginario... y por ende muy decepcionante.

En la novela, en particular, nos encontramos con la siguiente situación que, nuevamente, puede tomarse sólo como un intento muy imaginativo de una dictadura burocrático-política de corte stalinista (sin duda el modelo de referencia considerado y utilizado) en el límite, es decir, donde lo que se pudiera saber de su modelo habría sido extrapolado al límite. Winston y Julia, la pareja trasgresora, representa dos modos de oposición profunda y creciente al régimen, una oposición que se agudiza en la medida en que la trasgresión toma formas concretas (especialmente al fijar el refugio secreto). Al final de la primera parte, tiene lugar en el cuarto clandestinamente alquilado, un debate acerca de lo que se debería o no hacer para luchar efectivamente contra el Partido... y en ese momento Winston propone unirse a la hipotética Hermandad de la que nada sabe salvo que "lucha en contra" mientras Julia sostiene que la única lucha de importancia se libra mediante las trasgresiones intrascendentes, cotidianas, secretas...

La segunda parte empieza no obstante con la frase: "Al fin lo hicieron", que en el fondo adelante la respuesta de "los otros" (o "ellos") que sobrevendrá como consecuencia de la decisión que ha tomado la pareja, por lo visto de mutuo acuerdo... Lo que "hicieron" es ponerse a disposición de la Hermandad como militantes de base... quieren "hacer algo", no pueden seguir estando "callados" o mantenerse "pasivos"... hasta que un día los detengan sin más por sus "travesuras". Si tienen igualmente que morir o "ser vaporizados", si tienen que desaparecer de la Historia y del Pasado como si no hubiesen existido nunca, preferían que sea por una acción significativa, históricamente significativa, que deje o intente dejar huella en la posteridad... gracias a desviarla de su curso actual, gracias a salvar... "el pasado", por el que la pareja, a instancias obviamente de Winston, acabará brindando con O'Brien (no olvidemos la preocupación de Winston por la posteridad y la sensación suya de que en ese régimen y gracias a la visible inamovilidad basada en impuesta "mudabilidad del pasado", nada de lo que el pudiera escribir (y denunciar) tendría sentido dado que si la situación se perpetuaba "no le haría ningún caso", aunque tampoco lo tendría si cambiaba radicalmente porque "carecería de todo sentido para ese futuro" (1984, Ediciones Destino, Literaria, Barcelona, 2008, pág. 14 y pág. 39); una evidente preocupación intelectual (y sin duda de Orwell). Y, cuando el final se anuncia y por fin se precipita, será informado dos veces de que la situación es inmune a la denuncia y la crítica individual (ibíd., págs. 262-263) y que debe "perder toda esperanza de que la posteridad te reivindique" (ibíd., págs. 310-311). Ya desde un inicio, pues, se pone en tela de juicio la propia actividad del intelectual, incluida la de él mismo, claro. Y sin duda Orwell se refiere a su propio espacio-tiempo cuando se dice en realidad a sí mismo, en 1949, Winston mediante por supuesto:
"El Diario quedaría reducido a ceniozas y a él lo vaporizarían. Sólo la Policía del Pensamiento leería lo que él hubiera escrito antes de hacer que esas líneas desaparecieran incluso de la memoria. ¿Cómo iba usted a apelar a la posteridad cuando ni una huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en un papel iba a sobrevivir físicamente?" (ibíd., pág. 39)
Y sin embargo... continua... y llevado de la mano de su propia idiosincrasia... marcha hacia ninguna parte. Sin duda, y este es uno de los descubrimientos intuitivos que más valoro de Orwell y que para la mayoría hoy sigue pareciendo secundario, la propia idisincrasia, el peso del aparador pesado de la propia obra (para usar el término que emplea Nietzsche en su Zarathustra), el amor propio en fin ligado a un perfil convertido en piel e indesprendible... manda. Sin duda, en línea con lo que ya expuse en la primera parte de este apresurado ensayo, como...
"...habló el noble cuando vio el plumaje de la flecha que lo había atravesado: no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo a través de Aquiles, citado de Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18).
Ahora bien, O'Brien está dispuesto a admitir nuevos soldados para la causa que se supone lideraría el fantasmagórico Goldstein (alter ego de Trotski, que apenas si es un guiño literario a la realidad), ejemplo en todo caso del carácter fantasmagórico, eufemístico, imaginario de la lucha entre camarillas intercambiables que, si se sabe leer más a fondo, trascienden los marcos de las dictaduras de Partido Único. La oposición de la Hermandad no pasa de ser un espantajo útil a la propaganda del Partido Interior, del INGSOC, construido por los propios fabricantes de ideología (en realidad, no tienen ideología sino que la fabrican, la sugieren si acaso, se justifican en un discurso fragmentado e incoherente que no explica nada pero que sirve para hacer creer... qué son y qué no son; qué son, qué pueden ser y qué no puden ser... etc.)

Pero la puesta en escena, la caricatura, la copia imaginaria, exige ser fiel al original aunque no haría falta todo eso para cumplir con sus fines. Lo exige porque es una caricatura o una copia y porque esa es la Gran Burla a la que se debe condenar al disidente (esto lo podemos ver en el montaje teatral televisado en Irán recientemente, donde se monta un reality show de confesión cruento por parte de una mujer sumariamente acusada y condenada por adulterio y supuesto asesinato). Claro, tratándose de una organización clandestina extrema y dadas las circunstancias imperantes para la supuesta lucha, se requiere un comportamiento riguroso y una lealtad a toda prueba... Y la caricatura se vuelve inmediatamente equivalente al Partido de los viejos tiempos, al que fuera antes de la toma del poder... y que en completa correspondencia apunta a un futuro también equivalente. La caricatura es pues pedagógica: si Winston y Julia quieren acabar con el Régimen existente aunque sintieran que "Cualquier intento (...) tenía que fracasar" (ibíd., pág. 164)... tendrían que recrear otro idéntico. Si querían luchar en serio... debían luchar para que todo siguiese igual. Esta es la doble trampa del Régimen... una trampa perfecta en sí misma en tanto representa la realidad imperante y la única que puede tener cabida en el plano de lo imaginario (apunto aquí, de nuevo para ciertos lectores menos avezados: la literatura, el arte literario, no sentencia la incondicionalidad real, tan sólo la utiliza... pero, sin embargo, ella apunta a una perspectiva real, a una perspectiva que lucha por imponerse contra viento y marea... aunque sin duda, en los hechos, se la pueda ver naufragar -volveré sobre esto en la tercera entrega-).

Salvando las distancias (para que mis lectores no puedan objetar que no lo considero), es la trampa y la burla que en las democracias representativas impone el recambio político mediante la celebración de elecciones periódicas donde se asume la apariencia de que cada uno valga un voto...

Si miramos el problema descarnadamente y sin las vanas ilusiones que a la mayoría se les hacen necesarias para soportarlo, un régimen de esas características resulta casi omnipotente. Y esa es la vuelta final de la tuerca: Winston y Julia, al juramentarse hasta las últimas consecuencias (o casi, porque hay una pequeña salvedad que sin problema les será inmediata y fácilmente concedida: permancer juntos... y seguir ahondando juntos la violación de las normas establecidas, o sea, corroborando su culpabilidad), admiten desde el principio que los métodos y los resultados serán los de siempre. Y esto es también algo que vale cuando se acepta la validez o las supuestas bondades de la democracia representativa: admitir, justificar y, consiguientemente adoptar, que así debe ser, que sólo se puede luchar contra el régimen sobre las bases que les ofrece el propio Régimen... en el caso de nuestra pareja, por O'Brian, en su caso, un grado extremo de lealtad y predisposición al método de lucha para garantizar una acción eficaz. Que sólo un doble del Partido puede luchar y sustituir al Partido; un clon...

Pero El Régimen es más que un conjunto de normas políticas instituidas... también es su pasado, su evolución, su marcha previa en la dirección final, su resultado...

En el caso límite que se escenifica en la novela, observemos por otra parte el interesante hecho de que Winston y Julia responden ante todo al principio de la lucha en contra, donde el ideario resulta tan absolutamente secundario que apenas se comenzará a conocer, y sólo hasta cierto punto, en un segundo término (Winston no termina ni siquiera de leer lo fundamental, pero, además, las promesas de algo diferente, de una alternativa feliz, no parecen sino dejarse en manos de las propias ilusiones de los destinatarios de esa lectura). No puedo sino pensar que Orwell, de ese modo, insiste en la imposibilidad absoluta de otro mundo mejor que pueda ser distinto del de las utopías y las construcciones imaginarias irrealizables. Especialmente porque al habernos adentrado ya tanto en el horror, su institucionalización misma lo ha vuelto irreversible... creándose una situación en donde cualquier método revierta en el punto de partida.

Sin la menor posibilidad de retorno o de arrepentimiento y obviamente ninguna de participación crítica o creativa en el proceso, Winston y Julia se alistan en un ejército de hormigas para combatir un hormiguero y resultan doblemente condenados: en un segundo plano por ellos mismos, por su propia culpa, por desear ser ellos, en todo caso, parte del propio recambio.

Winston y Julia vislumbran con matices, una o dos veces, la supuesta salida... proletarizarse en el sentido concreto de adoptar laforma de ser de "los proles (que) continuaban siendo humanos" (ibíd., pág. 205), ya que "seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado" (ibíd., pág. 206; se entiende que usa "humanos" en el sentido mencionado en pág. 205) y convertirse en felices inconscientes, en unos niños a perpetuidad... y, en todo caso y a lo sumo, rebeldes, como propone ella, "burlar las normas y seguir viviendo a pesar de ello" (ibíd., pág. 164), ya que "Dentro de tí no pueden entrar nunca" (ibíd., pág. 206). Pero, más allá de que salir de ese mundo en el que parecen anclados les resulta al parecer imposible, no se pueden resistir a sus propios impulsos... revolucionarios, es decir, básicamente dictatoriales (o vamos a seguir diciendo que Lo Bueno es lo propio y por ello Lo Justo para todo el mundo... lo quieran relativamente unos o lo rechacen otros?) Y por eso aceptan todas las cláusulas del juramento de lealtad, inclusive la de estar dispuestos a las crueldades más abyectas y gratuitas siempre que les sean simplemente ordenadas.

Por añadidura, esa disponibilidad para "matar", "torturar", infringir daños gratuitos incluso a inocentes por excelencia y por fin estar siempre dispuestos a "morir por la causa" se compromete no sólo sin contrapartida alguna sino aumentando las miserias y los riesgos. Es como si sólo les hubiese bastado tener la perspectiva ilusoria de hacer algo en contra (y en ese sentido de actuar como seres sensibles, vivos y conscientes, sujetos de unos deseos sin duda eróticos... de los que parece estar empedrado el camino a los infiernos), de manera inevitable, aceptando incluso perder todo derecho a saber algo del propio curso de la acción a la que se suman de manera atómica, de sus posibles éxitos, de sus posibles fracasos reales... Es como la promesa de entrar en una sueño del que esperan salir alguna vez de repente con los desos cumplidos. ¡Esta es la mecánica cruel de la promesa! ¡Y ello les será incluso echado en cara; es decir, serán situados ante su propia imagen de míseros y débiles seres humanos, a los que, por serlo ni más ni menos, se les reserva un único lugar posible, el del infierno!

Y, otro hecho significativo y absurdo a la vez que inevitable, para ganarse la entrada en la conspiración, lo primero es la confesión de los delitos: "Somos criminales del pensamiento. Además, somos adulteros." (ibíd., pág. 211).

Sí: ¡una trampa rotunda!

Todo esto es aceptado y adoptado por la pareja, al unísono y sin vaciliaciones... salvo... separarse (lo que, dicho sea de paso, cuando la pregunta llega parece pedir una respuesta coincidente y coherente con el resto... lo que provoca un conflicto interno, especialmente en Winston, el personaje que representa una motivación cerebral detrás de su conducta, y por fin la coincidencia en la negación común... lo que también resulta de una forzada coherencia interna en Winston). Lo que resulta una pinceada maestra de Orwell es por fin la actitud alegre y condescendiente que manifiesta O'Brien ante ello. No sólo porque todo es un puro teatro donde las respuestas todas no son significativas y todas igualmente utilizables en contra de las víctimas (que ya estaban lógicamente en la mira del Partido y de su Policía del Pensamiento), sino porque sin duda, en un proceso revolucionario de tipo conspirativo... se pueden admitir ocupaciones no contradictorias con la idiosincrasia de cada uno de sus miembros... ("Haceis bien en decírmelo...", aceptará sin más O'Brien, ibíd., pág. 214); lo importante es la "perfección", la "competencia", la "laboriosidad" (ibíd., págs 226-227 y 236). Y dar las labores de asesino al asesino nato así como las de logística en la retaguardia al pusilánime... Todo puede servir a la causa, todo puede valer... Menos pensar, menos saber, menos criticar, menos dudar, menos no obedecer ciegamente... (ibíd., pág. 236)

Insisto y resumo: más allá de los detalles, lo que Winston y Julia aceptan es una militancia imaginaria que se basa en los mismos presupuestos (lealdad, fe ciega, desconocimiento, dogma, promesas de futuro...) que definen al Régimen imperante y a su Partido, y esto apunta a dos cosas muy significativas: no parece haber una alternativa sustitutoria, ni otra vía para producir "un cambio", que el método del enemigo; la segunda, el resultado final sólo puede ser algo tan parecido que sólo podrá resultar equivalente. Por ello, son devueltos al Partido, no del todo leales a lo Único que puede existir y donde se puede hacer algo... es decir, ser lo que son, sino convencidos de que nada que pueda llamarse vida pueda darse en otra parte ni a través de ningún camino... Incluso, que es en ese mundo donde, bajo las condiciones impuestas, está todo lo que se puede vivir y todo lo que puede ser amado... en definitiva y en síntesis: El Gran Hermano.

Ahora bien... ¿de dónde en definitiva saca Orwell estas conclusiones pesimistas? Tiene que ser y sólo puede ser, de su presente, del mundo que tenía a su alcance, que podía observar, cuya decadencia contemplaba y sufría en carne propia, cotidianamente...

Orwell, entendámoslo, no sugiere la existencia de un país donde se haya construido tal régimen rodeado de otros donde la libertad y la humanidad campearía, oponiéndose y asfixiándolo hasta que se rinda y libere al hombre allí encerrado de nuevo... No, en realidad el mundo de Orwell es todo el mundo occidental (para él el determinante, en ese sentido, adoptando el tradicional punto de vista marxiano, por ejemplo, al apuntar al rol destructivo de los medios de producción -pág. 243-; el mundo en fin donde se resolverá todo). Esto, como he señalado en el apunte, lo informa Orwell a través de la lectura harto exhaustiva que lleva a cabo Winston de parte del manual de Goldstein (es lo menos literario de la novela), a través del fantasma Goldstein, o sea, informar al lector más que dar fe de la supuesta ideología del personaje que aquel es por partida doble. En esa lectura hay a lo sumo una perspectiva de explicación que no se nos revela, ni siquiera a Smith. Nada de promesas, ninguna esperanza de alcanzar el paraíso negado por la realidad: tan sólo, insisto, una eventual elucidación de qué ha conducido a que las cosas llegaran a ser de esa manera... inevitables, inamovibles, casi... naturales.

Orwell, es evidente, observó esas causas naturales como formando parte de la propia democracia representativa de mediados del siglo XX en el que vivía (y gracias a la cual, o sea a sus fisuras e incompletitud, podía escribir y publicar... claro que siendo tergiversado y reducido a lo menos peligroso que pudiera ser), donde ya hacía rato (¡un par de siglos!) que las camarillas se sucedían unas a otras sin que se pueda cumplir nunca la voluntad del pueblo. Y esto menos que ayer y poco más que mañana, en todo caso con fugaces ramalazos de paz aparente y promisoria.

Esto, en el límite, es lo que Orwell denuncia, lo que lo lleva a un pesimismo sin alternativa (véanse las referencias al pasado, su presente y el nuestro en realidad, en ibíd., pág. 200, y en los textos atribuidos a Goldstein a partir de pág. 245) Su mención al uso de la guerra con fines de distracción y reducción del bienestar peligroso por su empuje hacia la democracia/bienestar (una idea falsa -anclada como acabo de señalar en el marxismo originario-, ya que no es necesario eso para ello, y porque responde la guerra a la continuación de la política de dominio interburocrático, sólo detenida por el equilibrio, como lo de los mosquetes demostró) y su reducción (marxista) a los planes oligárquicos de destrucción con fines de dominio, un dominio que asegura, a través de Goldstein, que se remonta al hombre primitivo ("neolítico" -ibíd., pág. 245-), abundan en la misma dirección: nada "nunca ha cambiado", generalizará caricaturesca pero también premonitoriamente (ibíd., pág. 246).

Y aquí asoma, más de hecho que de derecho, más de una manera ambigua y ambivalente que como parte y resultado del proceso, una realidad que en Orwell pesa a medias del lado del pesimismo y que sin embargo es decisiva, aunque no tanto causa, como se piensa sino como parte de la interactiuvidad, resultado y consecuencia al unísono. Se trata de la idiosincrasia de las masas (y su evolución a instancias de la burocratización y desarrollo tecnológico-industrial generalizados, un proceso que de todas manera no considero lineal ni mucho menos) así como de la idiosincrasia del estamento productor de ideas (intelectual) y su propia evolución, es decir, del conjunto del pueblo o de la ciudadanía, culaesquiera sea el nombre que se le quiera dar excluyendo o no a propios y a convenientes, todos ellos separados del ejercicio real del poder político o dependientes de unos representantes cada vez más ungidos como "únicos posibles" y que se conforman de manera estrictamente profesional (debiéndose añadir precisamente la evolución de estos últimos y de las instituciones que integran, gestionan y recrean).

Esas idiosincrasias no tienen sólo las facetas que Smith-Orwell valora o denosta respectivamente (bucólica la de las masas laboriosas en la cual pone toda su esperanza de futuro... hasta que no pudiendo asumirla no quede de ello nada; ilusa y conflictuada la intelectual; ultraseudoracional la burocrático-política, casi una máquina, casi hormigas de un hormiguero perfecto...). Tiene también la faceta de la debilidad y del deseo de justicia per se, de la exigencia de que alguien, Dios o el Estado, la administre y la establezca respondiendo a su mejor conveniencia dentro de "lo aceptable", y también la faceta del resentimiento y de la impotencia, todo lo cual forma parte inseparable de su idiosincrasia, realimentada y exacerbada de manera creciente a tenor de la marcha de las cosas (la complejización y la burocratización con su vida propia o autonomización relativa, incrementa la estrechez del espacio participativo de mil modos o mediante mil mecánicas confluyentes) y todo lo cual, por fin, los lleva a soñar con una tiranía buena, justa, virtuosa, redistribuidora... ¡para cada uno!... lo cual hace cada vez más utópica, lejana, imposible su advenimiento... o, en otras palabras y de manera obvia, reduce las alternativas, como el 1984, a una sóla, precisamente, a.... "la adoración del Gran Hermano", definitivamente institucionalizado, definitivamente tiránico...

Claro que esto tampoco es sencillo ni un resultado garantizado... Siendo los tontos los que resultan listos en esta historia, justo es señalar que no hay lugar para una reducción al hormiguero perfecto ni a la necesaria racionalidad maquinal demoledora e inútil. Pero del optimismo, que excede a 1984 y allí brilla por su ausencia, les hablaré, como ya he dicho, en una tercera y última entrega.

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