martes, 23 de marzo de 2010

Soñar a cualquier precio

Estoy leyendo una novela sobre la Alemania del 22 que hace referencia al final de la Primera Gran Guerra y los posteriores acontecimientos de 1918-19 que me resulta imposible concebir que no fueran del conocimiento de Heidegger. Y que me llevan a ser algo menos comprensivo de lo que lo fui con respecto a su conducta política de 1933, conducta que califiqué alguna que otra vez y en primera instancia de ingenua...

Será cuestión de sangre o de visceralidad... pero aún a sabiendas de su sinsentido no puedo evitar indignarme en sí a la vista de estas conclusiones y alzarme contra lo que me parece riguroso considerar una conducta propia de grupalismo-a-toda-costa (o maquiavélico, en la acepción peyorativa del término, como también se podría decir). Algo, de todos modos, de lo que cada vez más agriamente llevo acusando a la intelectualidad en su conjunto por entender que tiende una y otra vez a caer en ella.

La novela, Una princesa en Berlín, escrita en 1980 por el escritor americano Arthur R. G. Solmsen, relata las aventuras de Peter Ellis, un artista en ciernes de origen americano, de familia acomodada y formación cuáquera, que oficiará de bohemio en el Berlín de 1922 y residirá "momentáneamente" en la mansión de los Keith, una familia antes rica y poderosa y ahora venida a menos como tantas otras a instancias de la derrota alemana y para cuyos miembros, obligarlos a prescindir de su criado habría sido como pedirles que se mueran.

En ella se encuentra el siguiente diálogo que tiene lugar entre Peter y Kaspar, el hijo menor de los Keith, le relata a Peter (y a nosotros) algunos de los episodios sucedidos durante la represión militar de 1919 en la que tomó parte activa, lo que hace mientras le enseña las fotografías que conserva de aquellos acontecimientos:
"-Esto es Münich. ¿Ves las torres de la Frauenkirche? Habían organizado allí un soviet de Babiera, un grupo de sucios judíos rusos con barbas era el que dirigía realmente el lugar, pero llegamos nosotros e hicimos una limpieza a fondo...
"Un patio de ladrillo, un montón de cuerpos femeninos en lo que parecían uniformes blancos, salpicados de sangre negra.
"-¿Y estas enfermeras? ¡Mira la gorra de ésta! ¡Son enfermeras!
"No fuimos nosotros -dijo Kaspar, tratando de volver la página-. Lo hicieron los del Freikorps Lützov, las muy putas estaban ocultando a rojos heridos, llevaban pistolas..."
No importa si estos datos hubiesen sido tomados incluso de un documento pro-spartakista de la época o suministrado por fuentes contaminadas o de izquierdas. Eso no obsta para aceptar en buena lógica que las cosas debieron producirse tal como se nos relata y, por lo tanto, que se puedan y deban considerar esas acciones como genocidas en sí mismas (tanto como, dicho sea de paso, a tantas otras del mismo estilo que ha protagonizado una y otra vez el género humano, sean las víctimas el pueblo, los judíos, los tutsis -o los hutus si cambiamos de fechas y no consideramos el número de víctimas-... o los de la tribu de enfrente de cuya truculencia y ferocidad da buena cuenta, que yo recuerde ahora, Elias Canetti en su ensayo Masa y Poder, o Jareq Diamond en Armas, gérmenes y acero cuando habla de los neoguineanos de las montañas, aunque las descripciones de Canetti están más detalladas y por ello son más impactantes. Tanto como todas las que nacen de la convicción grupal de ser la verdadera humanidad que grita: ¡interahamwe!).

Peter escucha las generosas las descripciónes y las respuestas sucesivas que le ofrece el joven militante nacionalista a sus preguntas y muestra una relativa indignación ante la masacre de mujeres alemanas "por alemanes", ante lo cual el protonazi le responde:
"-Queríamos deshacernos de esos bastardos socialistas y judíos que firmaron el Tratado de Versalles, que arruinaron nuestro país, que humillaron a nuestro país...
"(...)
"-¡Queremos una Alemania fuerte y orgullosa!"
¿Era esto lo que quería también Heidegger y aquellas las explicaciones que de manera autocomplaciente le permitieron "volver la página", mirar para otro lado o, mejor dicho, mirar más allá de los hechos, en especial de los de esa naturaleza que no cesarían de repetirse y de multiplicarse en Alemania (donde él obviamente vivía, escuchaba, veía, leía...) para extenderse hasta lo que cualquier buena conciencia habría considerado "increíble", "unglaublich"?

¿Es capaz hasta ese punto el grupalismo de justificar el exterminio de otros grupos en base a considerar que su existencia pone en peligro lo que considera, con fe ciega, la marcha ascendente de la humanidad, es decir, ni más ni menos, su particular sueño de La Ciudad Buena?

Hidegger lo sentía indudablemente así, y así lo dijo, por supuesto más allá de cualquier acto por cruel, salvaje, monstruoso que pudiera parecer a Peter y a los demás:
"Para nosotros, la Universidad alemana es la escuela superior que, desde la ciencia y mediante la ciencia, acoge, para su educación y disciplina, a los dirigentes y guardianes del destino del pueblo alemán. La voluntad de la esencia de la Universidad alemana es voluntad de ciencia en el sentido de aceptar la misión espiritual histórica del pueblo alemán, pueblo que se conoce a sí mismo en su Estado. Ciencia y destino alemán tienen sobre todo que llegar, queriendo su esencia, al poder. Y lo lograrán si, y sólo si, nosotros, profesores y alumnos, exponemos, por un lado, la ciencia a su más propia necesidad y, por otro, nos mantenemos firmes en el destino alemán con todo su apremio." (de la prelusión rectoral que bajo el título Autoafirmación de la Universidad alemana pronunciara al asumir el cargo de rector de la Universidad de Friburgo como consecuencia de su lealtad hacia el partido nazi).
Indudablemente, el reconocimiento (o la toma de conciencia) de que "el saber es mucho más débil que la necesidad", tal como lo enarbola Heidegger en la misma conferencia a modo de justificación tomando la frase del Prometeo de Esquilo, permite confundir magistral y severamente (yo diría que a partir de una mala lectura de Nietzsche conduce a una perversa extrapolación) mediante una simplificación elemental: basta... llamar necesidad a lo que se impone ocasionalmente, basta... considerar sustancial (o universal) a la propia contingencia... la que construye el grupo vencedor con el que se establece una identificación imaginaria, basada en supuestos, inclusive ingenua... La conciencia, así, lleva a la sumisión intelectual, a la puesta de la propia capacidad reflexiva e imaginativa del intelectual al servicio de los vencedores astutos e igualmente imaginativos, incluso más imaginativos y sin duda mucho más hábiles para implantar un mundo (o una ciudad) que la que podrían tener pero no tienen los sabios impotentes (ante "el destino", ante "las fuerzas de la existencia histórica del hombre", "la esencia del ser", "las fuerzas de su raza y de su tierra" -ibíd.-, etc.) aferrados en demasía a la autoperfección (tan necesaria a la autoestima para ellos) que les impide mancharse las manos, especialmente de sangre. (¡aunque no para alabar a quienes se sienten impulsados y se atreven a hacerlo... mientras puedan ignorarlo en todo lo posible!) Sumisión, de cualquier forma, que implica así aceptar ser uno más en las filas de los miserables... de quienes por encima de todo se valora la lealtad puesto que basta un Fürer, Uno sólo que Piense, que sueñe, que ambicione, que sepa a dónde ir... aunque no se desprecian aquellos que puedan producir, en silencio y buena disciplina, diseños de buenos conceptos tanto como de buenos cañones...

Así lo dijo:
"Sólo cuando nos sometamos decididamente a este lejano mandato de recuperar la grandeza del inicio, la ciencia se tornará para nosotros en la más íntima necesidad de la existencia. En caso contrario, quedará como un accidente que nos ha sucedido, o como la tranquila comodidad de una ocupación sin riesgo en el fomento del mero progreso del conocimiento." (ibíd.; la negrita es mía)
Someterse... a "una dirección" a la que se le atribuye "no (...) obstinación y afán de dominio, sino (...) virtud de la más profunda vocación y del deber más total", lo que, mediante "la selección de los mejores (...) despierta, en los que se sienten captados por el nuevo ánimo, el auténtico afán de seguir", lo que revive ni más ni menos que la ingenua idea que guió a Platón en Siracusa, "por (su) medio (el de esa "guía") elevar a verdad fundada y consciente su propia vocación, y así llevarla a la claridad de la palabra que interpreta y realiza" (ibíd., los paréntesis son míos), es decir: a conseguir que el Ejecutante Decidido (el Fürer) obre según los sueños del Sabio Impotente; confiando en el propio autoengaño apaciguador que se repite y que de igual modo se vuelve a frustrar mientras es el Ejecutante y no el Sabio quien hace uso efectivo de "los tres servicios -del trabajo, de las armas y del saber- (cuando) se reunan originariamente en una única fuerza conformadora." (ibíd.), autoengaño que se necesita para creerse todo lo contrario del monstruo que se es o se puede ser (y de ahí que pretenda ser apaciguador...)

Sin duda, Heidegger vio el vedadero sentido y el rol de la ciencia (su función de instrumento "del poder" -ibíd.-) y sin duda, debió considerar al pueblo llano un enemigo a vencer (expresión de "la decadencia" -ibíd.-) para que "el destino" pudiera ser alcanzado... Ingenuidad, pues, pero también ceguera libremente asumida... hasta donde la libertad para ello existe socialmente hablando, es decir, hasta donde el ser social, ése que le hacía soñar de una determinada manera y en determinados futuros convenientes, ése también que lleva a Derrida a decir: "Pedirme que renuncie a aquello que me ha formado, a aquello que tanto he amado, no es sino pedirme que me muera" (Entrevista: "Estoy en guerra contra mí mismo"), y también el mismo que se niega a sobrevivir, a vivir y a pensar de manera justamente opuesta al pragmatismo que descarnadamente exhibiera , por ejemplo, Samuelson al decir:
“No me importa quién escriba las leyes de un país o confeccione los tratados más avanzados, siempre que me dejen a mí escribir sus manuales de Economía” (como he leído hace poco en Del Exilio)
Sin duda, fue en nombre de sueños tanto o más mezquinos (y naturales, o lógicos, o comprensibles) como estos, revestidos como sólo el hombre sabe revestir de importancia y de grandeza, lo que llevó a Hidegger a somerterse "hasta el límite" porque... «Todo lo grande está en medio de la tempestad», como repite y concluye su conferencia citando así a Platón (ibíd.)

Sin duda, de pocas maneras se ciega el ser humano tan brutalmente como mediante la cegadora luz de sus sueños de supervivencia y de reproducción. Es un hecho incluso que la creatividad y la imaginación los exacerban hasta grados increibles... y que han dado, dan y es de suponer que aún den origen a gloriosos imperios y a poderosas civilizaciones, todas desbordantes de un arte sobrecogedor capaz de sepultar en el olvido histórico o en la justificación futurista millones de víctimas enemigas y suelos generosamente regados de sangre humana... sangre humana, eso sí, de segundo orden.

Tal vez algunos seamos hoy más capaces que nunca de dejar de soñar a cualquier precio. Las circunstancias sin duda no son muy favorables a que confiamos en su realización.

Quizás estemos ya a las puertas de ese tiempo para la risa que Nietzsche anticipara. Tal vez simplemente sea otra repetición de viejos tiempos donde sucedió lo mismo para que después, olvidados del mismo, los hombres volvieran a armarse de sueños y de medios para realizarlos, de nuevo a cualquier precio...

Por mi parte, en el lugar y en el tiempo en los que me encuentro, soy de la idea de que es más sano (a pesar de Heidegger, ¡e incluso de Nietzsche!) morir en cuanto sólo queden en pie las promesas y los futuros imaginables; esto es, nada de lo que se pueda gozar sin necesidad de desfigurarlo antes para hacerlo posible. O, mejor dicho, abrirse la camisa y presentar el pecho a la muerte (lo que estaría ciertamente cerca de una predisposición estoica).

En fin, sin pretender ser concluyente en la adopción de una actitud definida y rígida, me inclino por rechazar la idea de que sostiene que «Todo lo grande está en medio de la tempestad». Por el contrario, creo que nada hubo, ni hay, ni haya realmente grande, ni siquiera "en medio de la tempestad". Porque todo "lo grande"... no es sino un puro y simple invento humano al servicio de la propia autoestima, sin la cual uno acaba en cualquier caso muriendo. Y ella siempre atribuirá grandeza a todo lo que la pueda alimentar, sea el amor, sea el odio, sea la conmiseración, sea, inclusive, la risa...


Adendum (7-4-2010): acabé de leer
Una princesa en Berlín antes de las minivacaciones de las que acabo de refresar (New York a solas con mi nieto para más señas, je...) y, detalle más, detalle menos (en relación con la manera de informar acerca de la historia real en la que engarza la de la novela), dejo constancia de que me pareció una buena novela, bien escrita, fluída, que logra capturar al lector y tiene unas deliciosas rupturas de la temporalidad muy bien resueltas y encajadas.


viernes, 5 de marzo de 2010

Los niños, las balas, la gasolina, las máquinas...

Voy a salirme un poco de la carretera con la intención de resaltar algunos detalles que no sólo ponen en evidencia el enfoque conservador que se oculta tras un pesimismo relativo e impostado en la película (y tal vez en la novela, que aún no he leído y tal vez no lea nunca aunque repose ya en mi librería, pero que daré por fidedignamente transladada al cine), sino también las falacias imaginarias a las que nos conduce todo intento de anticipación fantástica; un poco lo que según Berlin había llegado a tomar conciencia León Tolstoi en particular, cuya personalidad y enfoque estudió (léase "El erizo y la zorra")

Preguntémonos lo que debió preguntarse el creador de la historia antes de afrontar su realización escrita: ¿cuál sería la conducta de los hombres buenos y de sus hijos en caso de que la sociedad actual colapsara? Y supongamos sin equivocarnos demasiado que el autor hiciera eje en la gente "buena" que no imaginaba que algo tan terrible les sucedería y les tocaría tan de cerca, gente que hacía su trabajo bastante convencida de que era importante y constructivo, de que estaban contribuyendo a edificar un mundo cada vez mejor o en todo con posibilidades crecientes de serlo... Y que por ello se casaba y tenía o quería al menos tener hijos y acompañarlos en su crecimiento, comprar una casa en un lugar agradable y rodeado de buena gente como él mismo y su mujer, donde otros hijos fueran compañeros de juegos y de colegio de sus hijos y con quienes conocerían estos la amistad y la enemistad, el amor y el odio... Etcétera.

Y aceptemos que se preguntara luego: ¿qué puede y qué debe hacer alguien así en esas terribles circunstancias, y en qué medida él o sus genes podrá hallar otra gente tan buena como él mismo... aunque a la vez tan suspicaz, y tan capaz de poner en primer lugar su supervivencia que aunque en términos diferentes de los que optan por conductas depredadoras más extremas y de una eficacia inmediata bajo una moral adaptativa que parece haberse olvidado por entero de la previa en la que vivían (aparentemente, porque tal vez esa era la moral previa con la que vivían), moral que en buena medida el protagonista elegido como tal rechaza y su hijo -más o menos extrañamente, como veremos en seguida- demuestra rechazar aún en mayor medida... casi en el límite de la propia autodefensa...?

Aceptemos la hipótesis fantástica que hace del niño un ser particularmente inocente, donde la inocencia (más que la herencia genética y la influencia paterna) parece inseparable y hasta consustancial con la bondad y el rechazo de la violencia, la esperanza y el vínculo con la tradición... ¡Un momento! Llegados a este punto es cuando precisamente NO podemos seguir aceptando la hipótesis fantástica, cuando comienza, más que nunca, a oler a moraleja, a pretender inducirnos una falsedad fundacional...

Esto, por sobre todas las cosas, entiendo que debe ser desmontado. Esto es lo que creo falso y mentiroso. Lo que a mí me parece autocomplaciente. Sí: porque nos hace pensar que somos en el fondo tan buenos como el buen salvaje... -que nunca existió-, y que ahora habría de existir garantizando el futuro gracias a la misma civilización que, no sabemos en tal caso por qué haya sucumbido (en fin, no cabe sino pensar que fue por culpa de esos "otros" vecinos, más distantes, respecto de los que no nos sentimos semejantes, respecto de los cuales nos sentimos en realidad "otra especie", de los que nos cuidamos y nos defendemos y contra los que, para esos fines, mantenemos un Estado con su policía y sus legisladores... es decir, de los pobres, de los negros, de los violentos, de los incultos, de los proletarios, de los desocupados, de los solitarios, de los enfermos, de los... que no han querido o no han podido vivir exactamente como vivíamos nosotros).

El futuro, pues, es colocado en manos de ese niño y de una familia capaz de acogerlo. Una familia que cree y practica las viejas tradiciones (incluso religiosas), y que, como supo decirle la profeta de su madre (quien como Moises dejó las tablas de la Ley pero no siguió a su pueblo), se dirige hacia el Sur, símbolo del calor, del sol, de la luminosidad, de una vida más primitiva y simple, campesina, indígena, tercermundista, etc.

¿Podemos creer que esa sea una hipótesis realista y por tanto seriamente anticipatoria?

Yo no sólo no me lo puedo creer, sino que no puedo evitar ver detrás intenciones apaciguadoras y relajantes. El futuro, no importa lo que pase, está en manos de las víctimas: resignaos a serlas. Yo sé, por el contrario, que sólo en parte somos víctimas (y en parte también victimarios), que no creo que podamos evitar seguirlo siendo... pero de resignarme... nada. Yo, víctima y victimario, acabaré en el límite del caos (si lo llegase a vivir como el protagonista) riéndome por fin de la humanidad como Nietzsche se preguntaba (léase "La gaya ciencia") si alguna vez el tiempo para hacerlo llegaría.

Sé que la mayoría no reiría conmigo, pero ¡vaya si eso me satisfaría!